Los gobernadores no podían anticipar si esa aversión, antimacrismo en proceso, encontraría canal de expresión electoral antes de las PASO, pero se curaron en salud, con lógica martinfierresca: el primer cuidao del hombre, decía el Viejo Vizcacha, más por viejo que por diablo, es defender el pellejo.
Tan prudente conducta incluyó a radicales socios del Presidente.
Gerardo Morales mandó votar el 9 de junio y retuvo la gobernación de Jujuy con el 43%. Una semana antes se celebraron las legislativas de Corrientes, convocadas por el gobernador de Cambiemos Gustavo Valdez: sus candidatos ganaron con el 60% y se quedó con la mayoría parlamentaria. A la bonaerense María Eugenia Vidal, PRO paladar negro, no le habilitaron el despiece.
Santa Fe, donde el justicialismo desplazó a los socialistas, fue la excepción en la cadena de triunfos de los oficialismos provinciales, mayormente peronistas.
Correlato
El 12 mayo, el gobernador cordobés Juan Schiaretti aplastó a Cambiemos en las urnas y logró su reelección. La posibilidad de una tercera alternativa superadora de la grieta comenzó a insinuarse, pero el sábado siguiente Cristina anunció que su candidato a presidente sería Alberto Fernández y que ella iría por la vice.
Del Mirador Político del 19 de mayo, “Operación leona herbívora”: “La grieta está agotada como insumo electoral. No dará a macristas y kirchneristas, sus socios, más dividendos de los que ya ha dado. Córdoba aceleró los tiempos políticos para la conformación de una herramienta electoral tendiente a superarla, de modo que los usufructuarios de la fractura ya se reacomodan.
Cristina Fernández de Kirchner desembarcó en la sede del Partido Justicialista, que no pisaba hacía más de tres lustros, y convocó a conformar una gran coalición que rompa los límites electorales. Ella estará, dijo, donde sea útil. Ya decidió ese lugar: candidata a vicepresidente del ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. Gestos de flexibilidad dirigidos a quienes no la digieren. Se arrima a ese “pejotismo” que defenestró durante años, encumbra a Fernández, quien fue expulsado del gabinete por supuestas traiciones. La rabia, los rencores, la radicalización ideológica, han quedado atrás”.
En retrospectiva, independientemente de cuáles hayan sido o sean sus objetivos, Cristina de Kirchner salía de la alienación que la había llevado en 2015 a postular la ilegitimidad de la victoria de Macri sobre Daniel Scioli, fruto a su entender de un gigantesco engaño mediático. Rendía aquel criterio a la realidad electoral y se replegaba.
La tercera vía se desplomó. La respuesta del macrismo a la candidatura de Fernández fue la candidatura a vicepresidente de Miguel Ángel Pichetto.
Fracaso
Las primarias revelaron que el antídoto Pichetto fue, como mínimo, ineficaz. Otras evaluaciones consideran que el remedio fue peor que la enfermedad.
Macri recurrió a maquillajes de corte electoralista cuando lo que estaba requiriendo el electorado era un cambio conceptual.
El Frente de Todos interpretó esa demanda con Fernández, quien a lo largo de la campaña se diferenció con mucha habilidad de su compañera de fórmula para capturar el voto moderado.
En la vereda contraria, Pichetto se mimetizó con Macri. Metió sal en la llaga de la grieta, con picos macartistas como el supuesto marxismo del candidato a gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof.
Otro correlato, esta vez determinante: la “doble Fernández” deponía la radicalización kirchnerista, Macri-Pichetto radicalizaban la demonización del kirchnerismo.
Los resultados son claros. 15 puntos de diferencia en el triunfo de los leones herbívoros contra la rabia antikirchnerista. Los leones herbívoros ampliaron sus nichos de inserción mientras los depredadores se encerraban en un antikirchnerismo elemental y, a esa altura, expulsivo. Unos se abrían, los otros se autoclausuraban en un corralito electoral.
La patología de la enajenación quedó expuesta en el propio Macri horas después de la paliza.
Desencajado, insistió con el peligro del retorno kirchnerista y el horizonte venezolano, sin advertir que no había sido derrotado por el kirchnerismo, sino por un movimiento heterogéneo creado por él mismo durante tres años de demonización simultánea al derrumbe económico provocado por sus políticas.
El antimacrismo identificó el instrumento adecuado para repudiarlo y fue impiadoso. No esperó a octubre para deslegitimarlo.
En sus incursiones en la escena pública inmediatamente después de la paliza, el Presidente se mostró aún divorciado de la realidad, incapacitado para asimilar el golpe. Esta imagen de un mandatario desbordado profundizó la escalada de la crisis que se precipitó con los resultados.
Miedo
Si al miedo al eventual retorno del kirchnerismo que Cambiemos se había encargado de insuflar a los mercados y a su electorado durante toda su administración le faltaba algo para convertirse en terror y fuga acelerada, era un Presidente desquiciado a cargo de una transición anticipada e inédita.
La sensatez, acaso resignación, demoró unos días en llegar a la Casa Rosada. Macri se comunicó con Fernández para intentar aquietar turbulencias que amenazaban con desmadrarse.
Fernández reaccionó en sentido opuesto a las presunciones que sembraban los oficialistas en el tembladeral. Lejos del desvarío, arrimó para ordenar el proceso.
No es generosidad patriótica, o no solo es eso. Es reflejo autodefensivo. Un caos afectaría gravemente su propia gestión. El desequilibrio anímico de Macri podría llevárselo puesto también a él.
Antes que a los mercados, interesa interpretar las urnas. Los resultados también interpelan al candidato del Frente de Todos.
El ultrakirchnerismo fue parte del triunfo, pero no todo el triunfo.
Más exacto que decir que la gente no votó por el regreso del kirchnerismo es señalar que votó en contra de la política sustentada pura y exclusivamente en el odio y la repulsa. El mandato es terminar con esa fractura y enrumbar el ejercicio político en términos razonables. Pero también es innegable que el voto de la mayoría fue en contra de un ajuste sin fin y sin horizonte, de una pauperización creciente de las capas sociales medias y bajas.
Hay un elemento que habilita expectativas de un futuro menos maniqueo. Como consecuencia de la fragmentación del calendario electoral, los legisladores nacionales fueron postulados por los gobernadores y sus respectivas oposiciones. El futuro presidente necesitará negociar con las provincias para enfilar al Congreso.
Otro oficialismo y otra oposición comenzaron a construirse. Hay un nuevo poder en ciernes.
El margen para lecturas erróneas de sus componentes es muy estrecho. Macri, debacle mediante, lo demostró cuando trató de reubicar el eje de la discusión en una grieta que la sociedad rechazó, democráticamente, sin atenuantes, el 11 de agosto, cuando el antimacrismo protagonizó su 17 de octubre.