miércoles 20 de marzo de 2024
EDITORIAL

Visión binaria y absurda

Por Redacción El Ancasti

En su tercera acepción en el diccionario de la RAE, la palabra “grieta” significa “dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”. Desde esta perspectiva, la muy vigente “grieta política” que divide a los argentinos no es la consecuencia de diferencias lógicas en la visión de la realidad y en la opinión respecto de cómo se resuelven los problemas que nos aquejan, sino una dificultad estratégica. Podría agregarse, para una conexión más directa con el significado señalado, que la grieta política argentina amenaza la solidez o unidad nacional.

Es solo una interpretación, pero cabe otra. Para algunos, la grieta es el resultado lógico de diferentes proyectos de país. Al fin y al cabo, la política es construcción, pero también conflicto permanente, puja de intereses, confrontación por la distribución del ingreso. El problema es cuando esta contienda paraliza, divide y conspira contra la posibilidad de consolidar un proyecto de país en el que tal vez deban conjugarse, aunque haya preeminencia de una sobre otra, aspectos de ambas visiones de la realidad. 
Cada vez más son las voces que señalan la necesidad de poner punto final a la grieta. No hay pretensión, en esta demanda, de uniformidad, de homogeneidad de pensamiento, sino una apuesta a reconstruir espacios de diálogo que suavicen las querellas o las encaucen institucionalmente para que del intercambio en ámbitos formales resulte algo superador.

Señalan que el presidente electo, Alberto Fernández, tiene ante sí esa responsabilidad. La tuvo Mauricio Macri hace cuatro años. Incluso prometió lograrlo cuando fijó entre sus principales objetivos de gestión “unir a los argentinos”, meta tan ambiciosa como incumplible, del mismo modo que la pobreza cero o acabar con el narcotráfico. 

En definitiva, no se le pedía tanto. Tal vez hubiese bastado con poner en práctica la voluntad de diálogo proclamada o evitar la injuria permanente del adversario político. En los últimos cuatro años se asoció, desde el poder político, todo lo malo que ocurría en el país a los 12 años de kirchnerismo o, peor, a los 70 de peronismo. Estas diatribas no atacan solo a la dirigencia de la oposición, sino también a quienes la votan, que tanto en 2015 como ahora suman casi la mitad de la población argentina.
Deberá el Gobierno electo evitar la tentación del denuesto sistemático del adversario, mucho menos de los que lo votaron. Si las palabras “kirchnerista” o “peronista” no pueden usarse para descalificar, tampoco, por supuesto, “macrista”. Debería ser innecesario plantear estas advertencias, pero lamentablemente parece no serlo.

Dice Felipe Pigna, que ha indagado como pocos las grietas en la historia nacional: “La grieta lo único que hace es avivar el odio y eliminar el debate, porque no hay debate posible con esa antinomia, con esa visión tan binaria y absurda de la sociedad. En las escuelas hay que enseñar que está perfecto que el otro piense distinto, que no coincida, que no nos pongamos de acuerdo en ciertas cosas y que por eso no debe pasar nada”.

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