jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

El teléfono descompuesto

Por Redacción El Ancasti

En un intento por derribar los muros que separan a los políticos de los ciudadanos comunes, un dirigente de la ciudad de San Miguel de Tucumán tomó la decisión de trabajar como taxista. Y aunque ese oficio le reporta ingresos diariamente, la principal motivación de Hugo Cabral, que es arquitecto y tiene una maestría en Desarrollo y Planificación, fue “buscar una forma de tener comunicación con los vecinos”. Una comunicación directa, habría que añadir, sin las mediaciones propias de la actividad.

Cabral no es un taxista que aspira a ingresar al mundo de la política. Ya fue concejal de la capital tucumana y Defensor del Pueblo en esa provincia. Ahora pretende convertirse en intendente.

La historia sirve para reflexionar acerca de la necesidad de que los dirigentes políticos, en especial aquellos que ejercen funciones de alta responsabilidad pública, conozcan acabadamente la realidad de los territorios que gobiernan para tomar las mejores decisiones.

Ese contacto de primera mano, salvo muy contadas excepciones, no existe. Entre el gobernante y los ciudadanos se acumulan capas de funcionarios y dirigentes que tienen sus propias perspectivas y sus propios intereses. ¿Qué saben los gobernadores o el presidente respecto de la realidad de las provincias o el país? En una gran proporción lo que le transmiten sus colaboradores de confianza –que a su vez lo recibieron de funcionarios de menor rango o de dirigentes de sus propios partidos en una cadena a veces interminable- y lo que consumen a través de los medios de comunicación, que inevitablemente efectúan sus propios recortes de la realidad.

Si partimos del presupuesto de que quienes tienen responsabilidades de gobierno pretenden gestionar a favor de los intereses generales de la comunidad –lo cual, obviamente, no siempre es lo que sucede-, es posible sostener que los errores, las falencias, las omisiones que perpetran obedecen en buena parte al desconocimiento de la raíz profunda de los problemas que afectan a la gente. Como en el juego del teléfono descompuesto, las demandas populares se van distorsionando a medida que pasan del ciudadano al puntero político, del puntero al concejal, del concejal al director, de éste al subsecretario, del subsecretario al ministro para finalmente llegar a la autoridad máxima.

El mensaje se va deformando como consecuencia de la lógica distancia que hay entre el primer emisor y el último receptor, pero también porque los intermediarios contribuyen a la distorsión con frecuencia deliberadamente en función de sus propios intereses.

El diálogo de los altos gobernantes con los ciudadanos comunes que se observan en la televisión no son episodios que realmente sucedan en la vida cotidiana, sino puestas en escena elaboradas cuidadosamente por los responsables del marketing político.
De modo que uno de los desafíos de la actividad política es derribar los muros que separan al pueblo de sus dirigentes. El objetivo no es fácil de cumplir, pero resulta imprescindible imaginar estrategias que permitan que la realidad ingrese lo más nítida posible a los cerrados despachos de los gobernantes.

 

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