jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

Un volcán llamado Venezuela

Por Redacción El Ancasti

En lo formal, el segundo mandato presidencial de Nicolás Maduro que inició ayer debería extenderse hasta 2025. Pero en los hechos, el régimen de Maduro durará lo que el hambre y la paciencia de gran parte del pueblo venezolano lo permitan. Porque si ese país era inestable durante el gobierno del fallecido Hugo Chavez, ahora se ha convertido en una bomba de tiempo.

Maduro asegura que ya no le molesta que lo tilden de dictador. De hecho, su forma de manejar las instituciones y la vida de los ciudadanos es una auténtica dictadura. “Ganó” unas elecciones en la que la oposición completa estuvo proscrita. Según sus datos, votó casi el 46% de los venezolanos, pero fuentes no oficialistas aseguran que apenas se superó el 30%. 
Y además no juró ante la Asamblea Nacional, que es el parlamento, como lo establece la Constitución, sino ante el Tribunal Superior de Justicia, varios de cuyos miembros fueron designados antes por Maduro para asegurarse la mayoría. Allí arranca la ilegitimidad del mandato.

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La Asamblea Nacional no reconoce la presidencia de Maduro, al punto que debate un anteproyecto de “ley de transición” con el fin de “ejecutar políticamente” al déspota chavista. Y tampoco lo reconoce la Conferencia Episcopal venezolana, que calificó este segundo mandato como “ilegítimo, ilegal e inmoral”. Más aún, se declaró contraria a la exhortación del Papa Francisco, quien convocó a la “conciliación”. 

Desde el punto de vista internacional, Venezuela ha quedado más aislada que nunca. Más de 60 países se negaron a reconocer el gobierno de Maduro. Toda la Unión Europea, Estados Unidos y el Grupo de Lima –que integra Argentina-, donde 13 de sus 14 miembros analizan medidas para sancionar al gobierno bolivariano por ser “ilegítimo” y antidemocrático. 
La imagen más clara del “apoyo externo” que hoy tiene Maduro fue la de sus invitados a la asunción: Evo Morales, de Bolivia; Miguel Díaz Canel, de Cuba; Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador; y Anatoli Bibilov, del lejano Osetia del Sur, una república prorrusa reconocida por muy pocos países. 

Si bien tanto China como Rusia se muestran como aliados de Venezuela, en realidad se trata de una estrategia política para marcar distancia con el gobierno de Donald Trump en EE.UU. En los hechos, hacen muy poco con ese país. 

Pero más allá del aislamiento internacional y regional, lo que verdaderamente gravita en el clima social de Venezuela es el sufrimiento de su pueblo. En Caracas, los residentes hacen fila en los manantiales de las laderas de la montaña para llenar jarras y bañar a los niños, mientras los hambrientos buscan qué comer en la basura. 

Es una crisis social y humanitaria sin precedentes. Los venezolanos siguen huyendo del país ante la miseria y la hiperinflación, la cual se sitúa en casi 225.000 por ciento. Unos 3 millones de venezolanos viven ahora en el extranjero.
Nada indica que Maduro pueda seguir engañando a su gente con el “sueño bolivariano”. Su régimen va camino a terminar como toda dictadura corrupta. Venezuela es un volcán en erupción.

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