jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

Cuando los chicos se van

Por Redacción El Ancasti

El número es verdaderamente impactante: solo en la primera mitad del año se registraron en Catamarca casi 140 denuncias por desaparición de niños y adolescentes. Este grupo etario acapara el 80 por ciento del total de las desapariciones denunciadas formalmente, que llegan a 164, según un informe publicado ayer por El Ancasti en base a datos proporcionados de manera oficial.

Valgan dos aclaraciones que contribuirán a comprender que el problema, aún con estas cifras, está subestimado: el cálculo no es sobre el total de la provincia sino sobre los nueve departamentos que abarca la Primera Circunscripción Judicial, que incluye a los del Valle Central. Además, por obvias razones, no se incluyen en el conteo las desapariciones no denunciadas.

Se trata de un fenómeno global, siempre en aumento. En la Argentina, por ejemplo, las desapariciones anuales se cuentan de a miles, y solo en los Estados Unidos, según la National Runaway Switchboard, una organización que recibe llamadas y ayuda a niños que se han escapado de casa o que piensan hacerlo, hay entre 1 y 3 millones de casos de niños que se escaparon y viven en las calles de la grandes ciudades.

Una altísima proporción de las desapariciones se debe a que el menor decidió abandonar voluntariamente su hogar. Las causas van desde las más inocentes –conflictos menores dentro del seno familiar- hasta las más graves, como el maltrato extremo, las adicciones o los abusos sexuales.

Sería un error considerar que estas conductas son “cosas de chicos” u obedecen a la “rebeldía propia de la adolescencia”. Aunque pueda haber un mínimo porcentaje que encuadran en este análisis, la inmensa mayoría es consecuencia de situaciones complejas o traumáticas a las que se les debe prestar su debida atención.

“Los chicos no se van porque quieres, se van porque sufren. Y en ese sufrimiento, las madres y los padres alguna responsabilidad tienen”, sostiene Cristina Fernández, experta en la problemática que ocupó el cargo de coordinadora del Registro Nacional de Personas Extraviadas de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación hasta 2015. Fernández, además, aconseja hablar de “abandono voluntario de domicilio” en vez de fuga, por la connotación policial que este último vocablo posee, y de desaparición, por la connotación que esta palabra tiene desde la última dictadura militar
Además, no todos los abandonos voluntarios de la vivienda en la que los chicos viven terminan al cabo de horas o días. Algunas son definitivas, ya sea por decisión judicial, o porque se pierde el rastro de los menores. En este último caso, los riesgos a los que están expuestos son muchos y muy graves: trata de personas, incorporación al mundo del delito, etc.

Como puede observarse, se trata de una problemática de extrema gravedad, que exige revisar permanentemente las relaciones intrafamiliares,  mantener comunicación permanente con el adolescente y una educación democrática, que ponga límites pero no sea autoritaria. La peor actitud es subestimar las advertencias. A veces, cuando se quiere reaccionar, es demasiado tarde.

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