Tal vez intuyendo el clima social que se vive en la Argentina en estos días, quizás también porque siempre existen límites al acompañamiento político a un proyecto, sobre todo si ese proyecto no guarda congruencia con los postulados históricos del radicalismo, ya son varios los referentes de ese partido que empiezan a adoptar posturas un poco más críticas respecto del gobierno nacional.
El absoluto predominio del macrismo en la conducción política de Cambiemos, y fundamentalmente en las decisiones respecto del rumbo del gobierno, no es un dato de la realidad que a los radicales les resulte indiferente. Tampoco a los radicales de Catamarca. La diputada provincial Marita Colombo, a la que no se le puede discutir su trayectoria en la orgánica partidaria, fue clara el martes cuando señaló en una entrevista con Radio Ancasti que Cambiemos no es una alianza de gobierno, y que el rol de la UCR está subestimado por sus aliados del PRO tanto como desaprovechado por la propia dirigencia radical.
La legisladora interpreta el sentimiento dominante entre la militancia partidaria, que es consciente de que el radicalismo le brindó al macrismo, como soporte de su anclaje territorial, su propia estructura política, de la que carecía el PRO en la mayoría de los distritos electorales del país. Esa contribución decisiva, entienden muchos radicales, no ha sido, ni por asomo, recompensada.
Colombo cree, con razón, que es precisamente esa capacidad que tiene el radicalismo de tener “un comité en cada pueblo” la que debe hacer valer para convertir al partido “en una polea de transmisión de lo que piensa la gente”.
Si en las elecciones de medio término, las legislativas del año pasado, cierta distancia con el gobierno nacional era claramente perjudicial para el radicalismo catamarqueño, es atinado en cambio suponer que en la actualidad, en vista del deterioro pronunciado que ha sufrido la imagen de la gestión de Macri y del propio presidente desde octubre del año pasado a la fecha, una postura más crítica contribuiría a sumar, más que a restar.
El fortalecimiento de las fuerzas políticas que cumplen un rol opositor en la provincia no es una necesidad solo de estos partidos, sino de la democracia en general. La hegemonía de los oficialismos –por el debilitamiento de los contrincantes políticos más que por virtudes propias- deviene más temprano que tarde en excesos, tentaciones autoritarias y, en definitiva, menor calidad institucional.
El radicalismo local parece deambular en un laberinto. Con fuertes desacuerdos metodológicos internos que ponen en riesgo la unidad partidaria, con diferencias ideológicas con sus socios en Cambiemos y con un debate en ebullición creciente respecto de lo que un sector importante de su dirigencia, y en especial de su militancia, considera defección de sus ideales políticos históricos, necesita imperiosamente recrearse como partido político con aspiraciones de alternancia en el poder.
No es tarea sencilla cuando escasean la autocrítica y la voluntad de cambio. Lo sabe muy bien el peronismo catamarqueño, al que le costó dos décadas lograrlo.