El incidente que involucra a la Secretaría de Cultura de la Provincia, el cantante Lucio Rojas y los integrantes del conjunto local Carafea es un remate lamentable para la 49ª edición de la Fiesta del Poncho, agravado por la desmentida de Rojas a la secretaria Jimena Moreno (ver página 24). Se trata de un coletazo oprobioso de la controversia disparada por la decisión de Cultura de seleccionar los números locales que se presentarían en el escenario mayor a través de una votación por la red social facebook. Carafea fue uno de los muchos grupos que se autoexcluyeron de la competencia y, en consecuencia, no formaron parte de la cartelera. El “Indio” Lucio Rojas, sin embargo, los invitó a cantar en la última noche, pero las autoridades de Cultura lo impidieron, con el concurso de las fuerzas de seguridad para apartar a los músicos de las inmediaciones del escenario. La secretaria Moreno negó ayer por la mañana que el hecho hubiera existido, pero Rojas lo confirmó por la tarde. “La invitación a Carafea fue tema mío, porque me encanta. Mi show hubiera sido redondo si cantaba con Carafea, lo había planificado y me hubiese encantado. Le pedí disculpas a Pablo (Reynoso) por teléfono y le dije que se las haga llegar al Rafael (Salas). Lo hago públicamente también porque nunca imaginé que pudiéramos vivir una situación como ésta y que yo tenga que explicar algo que me hubiese gustado disfrutar”, dijo Rojas.
Un papelón difícil de empardar. Cuesta creer semejante grado de insensatez. Si Rojas había invitado a los Carafea, ¿qué problema podía haber con que cantaran que no fuera el capricho de los responsables de la organización y su deseo de escarmentar al grupo por no haberse prestado a la votación informática? No puede descartarse que lo de los Carafea fuera una provocación, pero en tal caso Cultura cayó en ella y le caben todos los reproches, porque a Cultura, no a los Carafea o algún otro grupo, le corresponde la responsabilidad central de preservar la integridad del Poncho. La prudencia es virtud política cardinal. Para colmo, tras la denuncia de “censura” lanzada por Carafea, el cantante Ariel Segura contó que la gente de Cultura le recriminó que se presentara como parte del show del riojano Sergio Galleguillo sin haberse sometido a la votación por facebook. El escandalete estalló por las redes sociales con virulencia inusitada.
Es evidente que se ha perdido el sentido de las proporciones. El enfrentamiento entre los artistas que quedaron afuera del espectáculo central y la Secretaría de Cultura fue entintándose de fanatismo hasta adquirir ribetes de cruzada. A esta altura no importa quién tiene razón. Por si los contendientes no se han dado cuenta, algo ha quedado demostrado en esta edición del Poncho: la fiesta puede prescindir del espectáculo supuestamente más importante. Los otros espacios convocaron mucha más gente, y de forma sostenida, durante los diez días. Cierta es la crisis económica, pero de todas formas: el vacío en el salón mayor fue notorio las primeras lunas; el lleno de las últimas debe atribuirse al taquillero carácter de los números centrales, que convocarían lo mismo con Poncho o sin él. Como ya se ha señalado en este mismo espacio, antes del papelón, la concurrencia no es garantía de idoneidad artística. Tampoco de lo contrario, pero lo que ocurre es que no se está discutiendo idoneidades artísticas. Se asiste a una batalla entre funcionarios y actores culturales con los egos inflamados. Todo muy mezquino, muy aldeano. Muy indigno.