El jefe de policía de Catamarca anunció el pasado lunes que la modalidad delictiva más habitual en la provincia –el arrebato- salió del microcentro y “se va corriendo a la periferia (a los barrios), donde la presencia policial es menor”.
El jefe de policía de Catamarca anunció el pasado lunes que la modalidad delictiva más habitual en la provincia –el arrebato- salió del microcentro y “se va corriendo a la periferia (a los barrios), donde la presencia policial es menor”.
Sería tal vez injusto conjeturar que el comisario Orlando Quevedo les está tomando el pelo a los catamarqueños. Más probable es que tales aseveraciones tengan origen en una mirada cándida de la realidad, o, en todo caso, estén sostenidas por estadísticas que no reflejan acabadamente lo que sucede más allá de las manzanas que rodean a la plaza principal, lo cual en rigor debe preocupar tanto o más que la presunta socarronería del jefe policial, porque pondría en duda su idoneidad para conducir la fuerza.
Hace muchos años que quienes habitan o transitan por “la periferia” de la ciudad capital sufren recurrentemente este tipo de delitos contra la propiedad. Lo saben las víctimas tanto como los victimarios, que previsiblemente eligen este escenario para sus transgresiones no sólo porque hay menor presencia policial que en el centro de la ciudad, sino también porque hay menos gente, menos luz a la noche y más vericuetos urbanos por donde huir de una eventual, aunque muy improbable, persecución de las fuerzas de seguridad.
Pero además, y ésta ya no es competencia policial, dos delincuentes en motocicleta, por ejemplo, son plenamente conscientes de la facilidad con que burlarán a un patrullero que ocasionalmente los persiga habida cuenta de la proliferación inadmisible de reductores de velocidad, localizados también en corredores rápidos. Se ha podido observar, por ejemplo, a vehículos policiales superando trabajosamente a dos de estos obstáculos en avenida Virgen del Valle Norte, a la altura de una estación de servicio, mientras los cacos huían en el rodado menor superándolos rápidamente por la cuneta.
Quevedo aprovecha también para jactarse de la eficacia de los controles policiales dispuestos en los alrededores de la plaza, lo cual sería la causa de la supuesta mudanza de los arrebatadores hacia los suburbios capitalinos.
Es decir, el insoportable asedio de los arrebatadores a las personas más vulnerables que caminan por los barrios de San Fernando del Valle de Catamarca no es déficit de la policía en esos sectores sino más bien éxito preventivo en el micro centro. Conclusión muy creativa, habrá de reconocerse.
Da la sensación que la comunidad sería menos crítica del accionar de la fuerza de seguridad si desde la conducción policial o política de la fuerza se transmitieran mensajes más sinceros y realistas, y no discursos que pretenden exhibir eficacias más que dudosas.
Bueno sería que, por ejemplo, se admitieran las dificultades evidentes que tiene la prevención de delitos como los arrebatos, sobre todo si una buena parte del los efectivos destacados a patrullar las calles pierden el tiempo arrestando personas sin documentos de identidad, mientras los ladrones, con DNI o sin él, se hacen un festín en calles desiertas y preferentemente oscuras.
Eso sí, bien lejos del micro centro.