jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

Un signo de debilidad

Por Redacción El Ancasti

La integración continental que soñaron nuestros libertadores sigue, dos siglos más tarde, como tarea pendiente y, a juzgar por los últimos acontecimientos, de cada vez más difícil concreción.

Habrá que decir, en primer lugar, que la Unasur y el Parlasur eran en los últimos años dos grandes sellos sin utilidad práctica. De a poco estas estructuras que fueron concebidas como espacios para debatir y resolver estrategias de defensa común de los intereses de las naciones de América del Sur fueron perdiendo su razón de ser.

Los propios países que ayer resolvieron suspender por tiempo indeterminado su participación en la Unasur -sobre todo Argentina, Brasil, Perú, Paraguay y Colombia, porque Chile acaba de cambiar autoridades- la fueron vaciando de contenido en los últimos años. Y en rigor, desde su fundación fueron más resonantes sus proclamas de índole política que su recorrido como institución formal. Nunca llegó a cristalizarse debidamente.

¿Qué tienen en común en la actualidad estos países que desisten formalmente de continuar el proceso de integración? La respuesta, apelando a categorías políticas tal vez demasiado esquemáticas pero en definitiva prácticas para describir la situación, podría ser la siguiente: están gobernados por fuerzas de “centroderecha”, que en materia de alianzas prefieren priorizar a los Estados Unidos.

Una década atrás, cuando la Unasur se conformó, la mayoría de los países del cono sur estaban gobernados por fuerzas de “centroizquierda”, que nunca tuvieron entre sus planes un alineamiento con la política internacional de Washington.

La disolución en la práctica de la Unasur -es una utopía que pueda seguir funcionando sin esos países, sobre todo Argentina y Brasil- abre las puertas a nuevas estrategias de alineamiento internacional para la región, como la que conduce al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), hegemonizada por los Estados Unidos. Esta posibilidad, que seduce a la mayoría de los gobiernos de los países sudamericanos, plantea sin embargo numerosos interrogantes respecto de las amenazas que implica para nuestra región una integración, liderada por el país más poderoso del planeta, sin la existencia de un bloque que sea capaz de negociar en conjunto condiciones más beneficiosas.

Por otro lado, los cambios de estrategia en materia de integración regional corroboran la vigencia de un déficit estructural de nuestros países: la incapacidad para sostener políticas de estado a largo plazo. El proceso de integración de la Unión Europea fue largo, plagado de obstáculos y de contradicciones internas, pero finalmente vio la luz y generó un bloque compacto que permite contrarrestar el formidable poderío de los Estados Unidos y de los gigantes asiáticos.

Las considerables diferencias políticas e ideológicas existentes entre los países europeos durante el proceso de integración no impidieron que éste prospere. En América del Sur, en cambio, naufragó a poco de zarpar. Esta incapacidad para consensuar lo esencial, relegando la resolución de las diferencias, es claramente un signo de debilidad.

 

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