jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

Aerolíneas, el conflicto sin fin

Por Redacción El Ancasti

Aerolíneas Argentinas, la empresa aérea de bandera del país, viene desde atravesando desde hace varias décadas problemas que en algún sentido podrían calificarse como coyunturales, porque se relacionan con reclamos salariales y laborales, pero por el tiempo transcurrido ya adquirieron un carácter estructural, porque no hay una solución de fondo.

Ayer, por caso, más de 30 mil pasajeros quedaron varados en los aeropuertos del país a raíz de la cancelación de 258 vuelos de AA y Austral por una medida de fuerza sorpresiva de los gremios aeronáuticos.

La protesta, que para los gremialistas no fue un paro liso y llano sino una “retención de tareas”, comenzó a las 7 y se extendió hasta pasadas las 17. Más de 10 horas de fastidio y angustia de miles de pasajeros que esperaban una pronta solución, y que finalmente llegó a medias.

Los perjuicios que producen estas cancelaciones son en ciertos casos gravísimos para la vida de los pasajeros, algo que por supuesto tiene sin cuidado a los gremialistas del sector. Un ejemplo de ello fue el de una familia catamarqueña con una niña recién trasplantada que quedó varada en Aeroparque, sin que merezca mayor atención de parte de la empresa ni de las autoridades nacionales.

En AA y Austral “conviven” más de media docena de gremios que a su vez responden a distintas vertientes del sindicalismo nacional, como Moyano, Barrionuevo, la CTA y hay algunos dirigentes que hasta admiten tener militancia en “La Cámpora”.
Suelen actuar en forma individual o grupal, aunque a los efectos del servicio alcanza con que uno solo cruce los brazos para que los vuelos se suspendan, ya que el resto alega que sus dependientes no pueden operar sin el concurso de los rebeldes de turno.

Tal poder de los gremios aeronáuticos fue un dilema sin resolver para los españoles de Repsol hasta que se fueron de Aerolíneas, como para el Gobierno nacional luego de reestatizar la empresa en 2008. Pasaron autoridades nacionales y varios presidentes de la empresa sin que lograran establecer un mecanismo de garantía del servicio.

Ni siquiera pudieron establecer reglas de juego claras en las medidas de fuerza. Una sería restringir los paros sorpresivos, para que se comuniquen con anticipación y se informen al público, de modo que los clientes tengan la posibilidad de buscar otras empresas aéreas o medios de transporte, o bien cambiar las fechas de viaje.

El daño que se produce al pasajero de Aerolíneas y Austral es sumamente injusto e irritante: la empresa le vende  el pasaje, le permite hacer el “check in” en internet y cuando le falta una hora para embarcar, le informan que el vuelo está cancelado. No se hace cargo de los gastos que implica alojarse un día más en un destino en tránsito –en el caso de los pasajeros que no viven en el lugar-, y por supuesto no tiene en cuenta ninguna urgencia particular.

En algún sentido, se trata de una verdadera estafa a los clientes. Pero el Gobierno tampoco se ocupa demasiado del asunto. El presidente Mauricio Macri ayer se limitó a señalar que ni el Estado ni los argentinos pueden seguir “poniendo plata” en Aerolíneas, y el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, dijo que el Gobierno “está haciendo un gran esfuerzo para apoyar” a la empresa.

Lo cierto es que hoy por hoy los pasajeros siguen siendo rehenes de un servicio deficiente y pernicioso. Y huérfanos de un Estado que no los protege.

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