viernes 22 de marzo de 2024
|| CARA Y CRUZ ||

Un flagelo en ascenso

Por Redacción El Ancasti

La cuestión parece no tener un punto de inflexión en Catamarca. La tragedia casi cotidiana de los accidentes de tránsito se reitera sin conmover a las autoridades responsables. La inseguridad vial en las calles, las jóvenes vidas perdidas, el dolor en las familias de las víctimas, la impotencia de médicos y sus ayudantes ante lo insalvable, el enorme gasto del sistema de salud público. Esas son algunos de los costados que rodean al mismo flagelo: la creciente siniestralidad en calles y rutas. En lo que va del año, murieron ya 80 personas en accidentes, 51 de las cuales eran motociclistas. En todo 2017, un año puntualmente grave en este aspecto, las víctimas fatales sobre dos ruedas llegaron a 61 en la geografía provincial. No en vano las políticas de seguridad vial en el país se dirigen más ahora a prevenir la mortalidad en las motos, y por ello el foco está puesto en evitar que vayan más de dos personas en cada una –es decir, que no se utilice como un medio de transporte familiar- y que ambas usen casco reglamentario. Y para eso no quedan más alternativas que extremar los controles de tránsito, algo en lo que deben estar comprometidos todos los organismos oficiales –nacionales, provinciales y municipales- con competencia en el tema vial. Pero hasta ahora, lamentablemente, no se observa que exista una política de seguridad vial con acciones contundentes. Hay, sí, consejos asesores conformados, documentos firmados, leyes y ordenanzas y emotivos discursos sobre la importancia de la prevención. Falta que todo se traslade a la práctica.


Las estadísticas sobre la realidad de Catamarca en la materia no dejan dudas sobre la curva ascendente de esta tragedia. De acuerdo con un informe del Observatorio Vial nacional –publicado en julio pasado por este diario-, en 2017 la tasa de mortalidad (víctimas fatales cada 100.000 habitantes) en Catamarca trepó a 28,4 por ciento, mientras que la tasa de fatalidad (víctimas fatales cada 10.000 vehículos registrados) subió a 6,2 por ciento. La media nacional es de 12,3% y 2,3%, respectivamente. Y de este modo, la provincia se ubicó en segundo lugar del país en muertes por accidentes según la cantidad de habitantes, superada solo por Santiago del Estero (31,6%). Respecto a 2016, la tasa de mortalidad en Catamarca se incrementó un 25%, mientras que la de fatalidad aumentó 13%. Si bien esa estadística no distingue entre tipos de vehículos, en lo que va de 2018 más de la mitad de las muertes por accidentes fueron de motociclistas.

 

La pregunta se impone por fuerza propia: ¿qué hicieron la Provincia y los municipios frente a este enorme crecimiento del flagelo vial? Nada. Los controles de tránsito que se despliegan en la ciudad Capital son esporádicos, aunque se intensifican más los fines de semana, y solo parecen tener objetivos recaudatorios y de prevención. De lunes a viernes, y más aún durante el ciclo lectivo, abundan las motos con más de dos personas a bordo, y que encima no llevan casco. También pululan las motos sin luces y que gozan de una impunidad increíble para hacer cualquier maniobra, desde omitir semáforos hasta circular a la izquierda de los demás vehículos; desde no acatar las indicaciones de las luces de giro de terceros hasta andar “en willy”. Y es sabido que en caso de accidentes, la mayor parte de la responsabilidad la tienen los conductores de los vehículos mayores, aunque hayan respetado las normas de tránsito. La política de seguridad vial que necesita Catamarca supera largamente la puja absurda respecto a la jurisdicción que debe asumirla (la Provincia o los municipios), porque a esta altura de la tragedia ya debería ser un asunto de Estado. Ni más ni menos que proteger la vida de los ciudadanos.

 

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