El humorismo invadió la controversia que protagonizaron Leonardo Burgos y Walter Arévalo, respectivamente jefes de las organizaciones sindicales ATSA y SOEM Capital, a propósito de la última marcha de la CGT. El sanitarista Burgos, como se sabe, comparte con el titular del sindicato de Comercio Roberto González el comando de la delegación local de la central obrera, en un acuerdo sellado tras arduas negociaciones que no arrojaron para Arévalo los dividendos que pretendía. Como había sido socio de Burgos en la arremetida previa al pacto para apoderarse del sello cegetista, el municipal ha de sentir el rigor anímico de que lo utilizaran con fines profilácticos. Que la dupla Burgos-González decidiera que no era apropiado replicar en Catamarca la marcha que la CGT haría en Buenos Aires le sirvió de estribo para intentar una revancha módica. El día de la manifestación, encabezó una pequeña columna hasta la sede de la CGT local, para despotricar contra los jerarcas sindicales que lo habían dejado en la cuneta; sus seguidores aprovecharon para pintarrajear consignas injuriosas contra Burgos y González.
Nótese el primer rasgo grotesco: Arévalo hizo una movilización menos para quejarse por las políticas económicas del Gobierno nacional que para litigar con la cúpula de la CGT vernácula. Tal es el alcance político de su estrategia. Burgos estimó por su parte que la conducta de su antiguo aliado, devenido antagonista, era “una provocación”, acertada caracterización que aderezó con su propio aporte cómico. “Arévalo no lidera ningún sector, nosotros representamos a 68 gremios”, dijo, sin aclarar que “gremios” equivale a sellos, pues la conducción de la CGT que integra no incluye la representación de los agentes estatales provinciales, atomizada en una miríada de organizaciones que se reparten los organismos públicos, por un lado, o circunscripta a ATE, que no es la CGT, por el otro. Singular efecto tuvo la explicación para negarle al insumiso Arévalo la movilización en Catamarca: tres colectivos transportarían el aporte local a la marcha en Buenos Aires. Dicen que la muchedumbre se abrió en Plaza de Mayo como el Mar Rojo al paso de Moisés cuando ingresaron las columnas sindicales catamarqueñas.
El paso de comedia puede parecer demasiado sutil. Burgos y Arévalo parecen inclinarse por la escuela exquisita de Les Luthiers, no por la más brutal de Olmedo y Porcel. Sin embargo, cualquier espectador medianamente avisado estará en condiciones de disfrutar el talento de la dupla en cuanto advierta que la única vez que la CGT hizo una manifestación significativa en Catamarca fue cuando los bandos de Burgos-Arévalo y González- Pedro Armando “Uto” Carrizo reñían por el sello de la organización, en oportunidad de otra marcha de la CGT nacional. Puesta en perspectiva, la última humorada expone los intereses. Arévalo movilizó ahora resentido porque quedó fuera de la repartija Burgos/González; la CGT movilizó antes porque dos facciones litigaban por su jefatura. En la secuencia del pleito, los intereses de los trabajadores carecen de importancia: lo que importa es la posibilidad de manipulación burocrática. Acaso convenga a los antagonistas locales hacer un análisis fino de lo ocurrido en Buenos Aires. La cúpula de la CGT está preocupada por su retroceso en términos de legitimidad, atenazada por la izquierda y las organizaciones sociales, erosionada en una opinión pública ante la que ya no puede disimular sus rasgos gangsteriles. No son pocos los que plantean que queda poco para que la disputa por los sellos degenere en la pelea de dos pelados por un peine.