jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

Espejitos de colores

Por Redacción El Ancasti

La política argentina es fuente permanente de desesperanzas. No es que no se registren avances en algunos sectores donde impactan positivamente determinadas políticas públicas, pero el estado de ánimo en general del ciudadano es de desencanto.

Para entender esta sensación casi omnipresente de desaliento es menester entender que cuanto más exageradas son las proclamas de la dirigencia respecto de la inminencia del futuro venturoso que nos aguarda si se vota a tal o cual candidato o se apoya tal o cual medida política, más desolador es advertir que la realidad no se transforma solo con voluntarismo.

Es cierto que constituye un deber de los dirigentes con responsabilidad de gobierno transmitir a la sociedad un mensaje positivo, optimista, que infunda ánimos renovados, pero el “sí se puede” –por expresar la consigna que en tal sentido impuso el actual gobierno nacional- no puede caer en la ingenuidad de creer que es suficiente con la sola expresión de deseos. Es preciso, además, generar consensos, vencer obstáculos, transitar los escabrosos pero inevitables caminos del conflicto de intereses.

La consigna de la facilidad o naturalidad con que sobrevendrán los cambios es útil en la campaña electoral para convencer a indecisos, pero se vuelve un boomerang en cuanto la realidad impone sus límites. 

El ejemplo de la “lluvia de inversiones” se adapta a la perfección a este análisis. El discurso de Cambiemos durante la campaña electoral hizo eje en lo atractivo que resultaría para los inversores externos un triunfo de Mauricio Macri. Se abriría sin dilaciones un período en el que lloverían los dólares del extranjero para movilizar la economía nacional.

Luego, la mentada lluvia dependería del acuerdo con los fondos buitre, ocurrido finalmente a poco más de tres meses de asumido Mauricio Mari. Pero no ocurrió. Se dijo entonces que sucedería en el segundo semestre, cuando la economía se “acomodara” luego del impacto de “la herencia recibida”. Pero no sucedió. 

El plazo se extendió entonces a octubre de este año. La lluvia de dólares, disparador de nuestro progreso, llegaría indefectiblemente si el oficialismo triunfaba en las elecciones de medio término.
Pero a los pocos días del éxito electoral de Cambiemos, las promesas de bonanza eterna quedaron atadas a la suerte de las reformas previsional y laboral.

La línea que separa a este presente de crisis e incertidumbre del futuro venturoso se fue corriendo, postergando indefinidamente. 

El relato de la indefectibilidad de un futuro feliz ha sido tantas veces desmentido por la realidad que el descrédito ya casi forma parte del patrimonio político de los argentinos.

Mejor sería, en todo caso, construir un discurso realista, que no venda espejitos de colores que reconfortan un lapso muy corto, y que plantee un camino a seguir, que estará colmado de dificultades y contradicciones, pero que existe y que no está condicionado por factores externos que no controlamos, sino por nuestra propia capacidad de ser mejores colectivamente.

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