jueves 28 de marzo de 2024
|| CARA Y CRUZ ||

Gajes del oficio

Por Redacción El Ancasti

El jefe de Policía, Orlando Quevedo, redujo el impacto político positivo que, como señal hacia a la sociedad, produjo el inmediato apartamiento de los policías involucrados en una represión a estudiantes secundarios y el inicio de las pertinentes investigaciones. Al referirse a la situación, contextualizó la conducta de sus subordinados en un escenario donde los adolescentes, que estaban festejando la conclusión del ciclo lectivo, incurrieron en actos de vandalismo y atacaron a los integrantes de las fuerzas del orden. “En el procedimiento, y en base a nuestro informe, eran alrededor de 150 personas que desafiaban y hostigaban a nuestros efectivos. Igualmente, serán las investigaciones tanto penal como administrativa que están en marcha las que determinarán las responsabilidades en el hecho y se tomarán las medidas que correspondan”, dijo Quevedo. Los jóvenes, aseguró, “rompían autos, espejos de autos y tiraban contra los efectivos todo lo que encontraban en el camino”.


Era previsible que las manifestaciones del funcionario generaran reacciones. Se publican en la edición de hoy (ver página 6). El adolescente herido con cartuchos de estruendo durante el incidente niega haber hostilizado a policías o destrozado automóviles. A esta desmentida se sumó, por otro carril, un “meme” que se puso a circular por las redes sociales con fotos que contrastan las heridas del lesionado con las que provocan los cartuchos cargados de sal, que son mucho más severas, aderezadas con una frase lamentable: “Dejá de llorar, gordo maricón”. En su condición de Jefe de Policía, cargo político, a Quevedo le conviene calcular el efecto de sus palabras, sobre todo hacia el interior de la fuerza que comanda. No son pocos los episodios violentos y controversiales en los que la Policía se ha visto envuelta, algunos de ellos con resultados fatales, de modo que resulta al menos irresponsable subestimar la prédica de los partidarios de la mano dura y la “policía brava”. 

Era previsible que algunos susceptibles cultores del espíritu de cuerpo y las soluciones expeditivas evaluaran las expresiones de Quevedo como un intento de atenuar las responsabilidades de quienes agredieron a los adolescentes. Quizás no haya sido esta la intención del Jefe, pero lo que vale no son las intenciones, sino las consecuencias de las palabras y las conductas. Aún si lo que dicen los informes policiales fuera cierto, y los adolescentes en su exaltación findeañera hubieran hostilizado a policías o cedido a la tentación del vandalismo, la brutal represión ejercida es injustificable y demanda una condena tajante de las máximas autoridades, al margen del resultado que finalmente tengan las investigaciones internas y penales. Los efectivos policiales merecen respeto y consideración, como todo el mundo, pero no debería ser preciso recordar que las situaciones de tensión son gajes del oficio que han elegido y, en consecuencia, la sensatez para conducirse en ellas tendría que formar parte medular de la formación que reciben. En este caso, la reacción a lo que, en definitiva, no pasaba de ser una estudiantina, fue totalmente desproporcionada. De desproporciones semejantes suele nutrirse la tragedia.

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