El miércoles pasado, cerca de las 7.30 de la mañana, una jardinera tirada por un caballo provocó un triple choque en la avenida de Circunvalación "Néstor Kirchner". El vehículo de tracción a sangre fue impactado desde atrás por un Fiat Palio, como consecuencia de la colisión se cruzó de carril y un Chevrolet Corsa se lo tragó de frente. No hubo muertos por pura suerte. Que una jardinera pueda transitar por la Circunvalación indica lo deficiente que es el control del tránsito; lo ocurrido, una muestra más de los riesgos a los que se expone cualquiera que circule por las calles y rutas catamarqueñas debido a tales deficiencias. Una jardinera por una vía de alta velocidad es una amenaza para la seguridad pública, y es inaudito que semejante situación se dé sin que la Dirección de Tránsito tome intervención en resguardo de terceros. Lamentablemente, no puede considerarse un hecho excepcional. La proliferación de motos y vehículos que andan en pésimo estado a la vista de todo el mundo sin que nadie con las competencias correspondientes llame la atención de sus conductores más bien marca que la permisividad o la lisa y llana indolencia es la norma.
No puede asombrar, entonces, la cantidad de muertes que se producen por accidentes viales y los altísimos costos que el sistema de salud pública debe erogar en la atención de lesionados a causa del fracaso de las políticas de tránsito. Basta darse una vuelta por las calles capitalinas para advertir las calamitosas condiciones que muestran numerosos autos, utilitarios y motos, que en algunos casos merecerían ser expuestos en algún museo o bien celebrados como fenómenos del ingenio humano para mantener en funcionamiento verdaderas ruinas, por no hablar de la total y absoluta prescindencia del respeto a las normas de tránsito. Esto, que como se ha dicho puede ser percibido por cualquiera, no alarma al personal de la Dirección de Tránsito, que asiste al espectáculo impasible o bien dedica su atención al diálogo con colegas y transeúntes o a los mensajes por el teléfono celular. Si semejante incuria es manifiesta ante lo evidente, ¿qué queda esperar con lo que respecta a los controles del estado de quienes conducen? Las cifras de muertos y lesionados en accidentes viales no son de ningún modo fruto de la fatalidad, sino de la inoperancia de quienes están a cargo, no de cobrar multas o aplicar sanciones, sino de garantizar elementales condiciones de seguridad a quienes transitan por la vía pública.
Poco contribuyen a revertir la indolente e irresponsable conducta de numerosos agentes de tránsito actitudes como las que asumió el municipio capitalino hace unos días en un conflicto entre inspectores y taxistas que salieron en defensa de un colega infractor. Los taxistas actuaron como una pandilla y amenazaron a los municipales que pretendían secuestrar el taxi del contraventor y labrar las actas de infracción correspondientes. El juez de Faltas, primero, y las autoridades municipales, después, laudaron en favor de quienes habían violado las normas de tránsito e incurrido en una inadmisible agresión para lograr impunidad. ¿Qué incentivo pueden tener quienes deben controlar el tránsito si sus superiores los desautorizan de este modo? Ninguno, y así anda el tránsito: con jardineras en la Circunvalación, vehículos destruidos y animales sueltos en las rutas que son latentes amenazas de muerte.