El pasado 5 de
noviembre se cumplieron 40 años de la muerte de Agustín Tosco, el dirigente
gremial cordobés que se ha erigido en uno de los modelos a seguir dentro del
sindicalismo combativo, honesto y comprometido con el destino de los
trabajadores a los que representaba.
Su figura cobra
mayor relevancia en épocas como las que vivimos, donde campea un modelo
sindical que es casi la contracara del que Tosco pregonaba y practicaba:
dirigentes habituados a transar con las patronales o los gobiernos de turno,
con prácticas amañadas para perpetuarse en el cargo y más preocupado por su
destino personal que por el de los trabajadores a los que supuestamente
representa.
En el nivel
nacional se registra, por un lado, la vigencia de sindicatos con fuerte peso
económico y político, pero una dispersión en la representación gremial
confederada. Así, coexisten dos CGT -la que conduce Hugo Moyano y la que encabeza
Luis Barrionuevo- y dos CTA -la de Hugo Yasky y la de Pablo Micheli-.
Las escisiones no
obedecen tanto a posiciones ideológicas o doctrinarias diferentes, lo cual las
tornaría comprensibles, sino más bien a intereses de tipo sectorial que operan
en la conformación del mapa sindical de la Argentina.
La situación del
sindicalismo en Catamarca es paradigmática del modelo descrito. Pero a ello
debe sumársele la ausencia de una central obrera que funcione como articulador
de las demandas gremiales en general. Las autoridades de la CGT se eligen
mediante el voto de los representantes de los distintos sindicatos afiliados a
la central, y el mandato que surge de esa elección dura, según los estatutos,
un período determinado.
La ausencia de
estos mecanismos de nominación de las autoridades ha convertido a la CGT
Regional Catamarca en un sello que usufructúa desde hace décadas un puñado de dirigentes,
entre ellos el representante de la Unión Tranviarios Automotor, Pedro Armando
Carrizo, que se presenta como el secretario general de la CGT.
La escasísima -prácticamente
nula- presencia de la central obrera, debe verse como la causa principal por la
que un grupo de dirigentes están avanzando en la conformación de una CGT
disidente.
La movida es
encabezada por el secretario general del Sindicato de Obreros y Empleados
Municipales de la Capital, Walter Arévalo, que tiene el empuje y el ánimo suficiente
para acometer esta empresa luego de haber destronado a otro dirigente
histórico, Justo Barros, de la cabeza de uno de los gremios más poderosos.
Si bien resulta
auspicioso que el sindicalismo catamarqueño intente recuperar la central madre
de todas las organizaciones gremiales, no lo es tanto que el camino sea otra
vez la división, la atomización o, lo que es aún peor, la creación de un nuevo
sello cuya legitimidad será menguada precisamente por la segmentación.
La meta de los
trabajadores -en todo el país y también por supuesto en Catamarca- debería ser
la recuperación de los sindicatos como organizaciones solidarias y como
expresión de defensa de los intereses de sus afiliados. La parcelación, la
división o la creación de sellos vacíos de representatividad operan como
mecanismos contrarios a esos propósitos loables.