La evolución del proceso electoral concluido el domingo con una ajustada victoria de Mauricio Macri sobre Daniel Scioli expone una elevación del nivel de exigencia del electorado. Es un dato importante a tener en cuenta, constatado por la volatilidad de las preferencias y la relativización de la capacidad predictiva de las encuestas en lo que se refiere a los resultados. El tigrense Sergio Massa parecía imparable luego de imponerse en provincia de Buenos Aires en 2013, en la cima de una escalada que se mantuvo hasta principios de este año; Scioli protegonizó luego una atropellada que lo posicionó como seguro ganador para la pulseada con Macri; y Macri -el que ríe último, ríe mejor- terminó quedándose con el paquete, tras asestar un golpe letal en Buenos Aires vía María Eugenia Vidal. El margen logrado por el Presidente electo es, sin embargo, exiguo, y la composición del Congreso, establecida el 25 de octubre, condiciona su margen de maniobra y lo obliga a negociar. Está por verse cómo le va -ojalá que bien, por cierto-, pero en lo inmediato, en caliente y hasta que los acontecimientos decanten, hay algo que puede señalarse sin demasiado margen de error: subestimar la inteligencia del electorado es una compadrada de graves consecuencias.
Los resultados en Catamarca son ilustrativos en tal sentido. Ya aparecían indicadores claros de errores de interpretación y confianza excesiva del kirchno-peronismo al cotejar los números de las PASO y de las generales del 25 de noviembre. El Gobierno, que se había impuesto en forma rotunda en las primarias, hizo una elección mediocre dos meses después y perdió municipios clave. Con Scioli no le fue mejor pese a haber ganado. El caso más nítido del retroceso es la Capital: en octubre, Scioli se impuso sobre Macri por casi 2.000 votos de diferencia; el domingo, la victoria fue del porteño, por casi 4.000 sufragios. Es decir: no solo se invirtió el desenlace, sino que las distancias fueron mayores, lo cual señala deficiencias en el diseño de la campaña y en el trabajo territorial.
Desde otro ángulo, que Scioli se haya impuesto en distritos donde el Gobierno provincial cayó en octubre es indicio de criterios erróneos para el encumbramiento de candidatos. El bonaerense ganó en Valle Viejo, donde la ultrakirchnerista Natalia Soria perdió con el radical Gustavo Roque Jalile. También se impuso Scioli en Belén, Recreo, Andalgalá, jurisdicciones donde los caprichos signaron las decisiones político-electorales.
Es una buena noticia para el sistema democrático, en definitiva. Las vacas que muchos políticos suponían atadas a perpetuidad se han desatado. La gente ajusta sus criterios para definir el voto, corta y sanciona. La voluntad popular es volátil, monitorea gestiones y perfiles y define en consecuencia. Exige, y en esa exigencia desafía a la clase política, cuyo espacio para los abusos y los desatinos es cada vez menor. La interpretación de los requerimientos sociales adquiere mayor importancia que la construcción de relatos y mistificaciones que pocos se tragan a esta altura de la democracia. El escenario surgido de los comicios es complejo, arduo, y demanda esfuerzos para la construcción de consensos políticos.