30 de julio de 2008 - 00:00
Como no es descabellado afirmar que la Fiesta Nacional del Poncho asumirá dimensiones que podrían ahora parecer imposibles -seguramente las mismas que alcanzará la provincia-, tienta conjeturar que esta trigésima octava edición podrá ser juzgada en el futuro, junto con la del año pasado, como una etapa decisiva en la historia de la fiesta, como la del salto desde la infancia y la adolescencia a la adultez. Esto que señaló esta columna después de la inauguración de lo que fue una rutilante sucesión de jornadas excepcionales se confirmó puntualmente, de modo que ya no quedan dudas en relación con la nueva edad de la fiesta no religiosa más importante de la provincia. Del nuevo momento de la historia catamarqueña que no pudo tener mejor indicador que este multitudinario encuentro de argentinos que hallaron aquí la oportunidad para la convivencia, después de los penosos largos días en que el país impresionó como un mapa abismalmente quebrado por la controversia entre el Gobierno Central y las entidades ruralistas.