jueves 28 de marzo de 2024
EDITORIAL

El Estado como refugio

Por Redacción El Ancasti

En otros tiempos el empleo público era considerado una ocupación de mala calidad y el trabajador del Estado, salvo que cumpliese funciones de jerarquía, un tipo sin suerte, condenado a desempeñar por un sueldo escaso sus labores repetidas en las grises oficinas de la burocracia gubernamental, esperando que algún día la jubilación los liberara del yugo rutinario.

Los tiempos han cambiado, al menos en provincias como Catamarca o el resto de las del norte argentino. No es que el trabajador del Estado tenga en la actualidad un horizonte de prosperidad posible, o que nuevas prácticas laborales garanticen un desarrollo personal o profesional de quienes se desempeñan en la órbita pública.

Los tiempos han cambiado en el sentido de que, pese a persistir las condiciones y características que siempre han tenido los puestos en la burocracia, el empleado público hoy puede considerarse un tipo con suerte, que tiene garantizado de por vida un sueldo, obra social y un haber previsional al momento del retiro.

En otra situación, sin los “privilegios” mencionados en el párrafo anterior, está un ejército de desocupados, de subocupados, de trabajadores informales o precarizados e incluso de un sector de los trabajadores formales del sector privado, que no tienen garantía alguna de estabilidad laboral que aseguren un sueldo, una obra social y un aporte jubilatorio. Y en algunos casos ni siquiera un nivel salarial como el del Estado.

No es casual, ni mucho menos una posición de comodidad, que los jóvenes aspiren a encontrar un trabajo en el sector público. Es una actitud que procura lograr garantías de estabilidad en el trabajo y consecuentemente en la organización de su vida.

Lo saben muy bien los despedidos de las fábricas en Catamarca. Algunos de esos obreros ingresaron a trabajar en el sector industrial hace cinco, diez, o veinte años. Y hoy se encuentran en la calle, con una indemnización muy por debajo de lo que marca la ley y sin horizonte laboral. Amigos de su generación que consiguieron ingresar a un puesto estatal tienen, con la misma o menor capacitación o estudios, el ingreso mensual garantizado de por vida.

Entonces, queda claro que un segmento muy importante de la población económicamente activa no tiene incentivo para ingresar laboralmente al sector privado. Y el Estado en sus distintos niveles –nacional, provincial o municipal- no genera las condiciones para que el privado sea un sector laboral atractivo.

Esto sucede especialmente en las provincias del norte del país, donde los sueldos de ese sector son muy bajos, incluso menores que los del sector público. Según un informe de la consultora Economía y Regiones, 9 de las 10 provincias que integran el Norte Grande tienen los salarios privados más bajos del país. La única excepción es Catamarca, pero solo por la incidencia de los altos ingresos de los trabajadores vinculados a la actividad minera.

Si no se pone en marcha un proyecto de país que propenda a la reconversión y revalorización del sector productivo, el Estado será el refugio laboral buscado por todos. Pero se sabe que tal salida es cada vez más inviable.

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