El pasado jueves,
el Concejo Deliberante de la Capital, que últimamente se caracteriza más por
las polémicas que se generan en torno a los homenajes y actos formales que
promueve, que por su aportes a la calidad de vida de los vecinos, declaró de
interés la campaña "Ni Una Menos” en su versión local.
En el acto
estuvieron presentes representantes de las organizaciones defensoras de los
derechos de las mujeres. Los ediles, siempre predispuestos a estas
distinciones, tuvieron tiempo de sacarse una fotografía con cartelitos alusivos
a la convocatoria contra la violencia machista.
Pero luego de las
formalidades del caso, una de las mujeres representantes de esas organizaciones
pidió la palabra y dejó sentado de manera clara lo que la militancia por los
derechos de las mujeres piensa pero no siempre dice: "Estamos muy agradecidas, pero hace
un año nos dieron el mismo reconocimiento, y después cuando les pedimos ayuda
no había tinta ni para un folleto. Ahora parece que hay tinta para imprimir
carteles y sacarse la foto, pero nosotros los necesitamos todo el año",
reclamó, incomodando a los concejales presentes.
Sin entrar a
juzgar las motivaciones de los concejales en este caso, el episodio tiene la
virtud de exponer públicamente un pensamiento que analiza críticamente a los
que se suman a las movidas en defensa de la igualdad de género sólo porque es
políticamente correcto hacerlo.
Si el éxito de
la lucha contra la violencia machista se juzgara por la adhesión de la boca
para afuera a esta campaña, los casos de este tipo no serían tantos como
efectivamente son. Todos, unos más otros menos, parecen compartir la condena a
la violencia de género, pero los casos siguen siendo moneda corriente en
nuestra provincia y en el país, sin distinción de estamentos sociales o grado
de instrucción de víctimas y victimarios.
Un estudio
realizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero en el área
metropolitana de Buenos Aires permite constatar la mayoritaria adhesión a la
lucha emprendida por las mujeres por la igualdad de sus derechos, pero a poco
que el trabajo indaga un poco más en aspectos de la vida cotidiana se advierten
resabios de machismo inocultables que desmienten lo que las bocas dicen. El 85 por ciento dijo creer que mujeres y
varones deben ganar el mismo sueldo por el mismo trabajo y un 84 que deben ser
iguales ante la ley, pero el 45 por ciento está de acuerdo con que las tareas
domésticas estén a cargo de las mujeres. Además, la mitad de los encuestados
estuvo de acuerdo con la frase "las mujeres son más débiles y están en una
clara situación de dependencia en relación a los hombres”.
Las conclusiones
del informe bien podrían trasladarse al resto del país, y hasta es probable que
en algunos lugares la distancia entre lo que se sostiene en términos generales
y la práctica cotidiana sea mayor.
Para combatir a la
violencia machista se necesitan transformaciones culturales de fondo, que
demandarán un tiempo considerable hasta que se cristalicen socialmente.
Mientras tanto, bien podrían esforzarse los que proclaman su adhesión a las
reivindicaciones de la lucha por la igualdad de género en trasladar a la
práctica lo que pregonan de la boca para afuera.